Era la pareja ideal, la gente los pregonaba por las calles del pueblo, decían que era la última guaracha en matrimonio, modernistas pero sin ni siquiera un pensamiento adultero; yo la verdad no le prestaba mucha atención , me parecían poco agradables los cabrónes que venían a dárselas de santurrones al pueblo.Mis padres por el contrario, divulgadores de la pureza de los Santos , seguidores de la religión idólatra que los patrocinaba y sobre todo siervos complacientes de la parejita; los invitaban a almorzar,a tomar el café de la tarde , a salir al campo , y a la dichosa esposa a dar un paseo por el jardín , yo creo que a mis papás no les pasaba siquiera por la cabeza pensar, que el distiguídsimo señor y yo matamos de pura traición, a la señora de Santos.
Así transcurrieron días , días en que sentados en la sala , el señor Santos hablaba con mi padre de cosechas pasadas y próximas ,me guiñaba el ojo mientras movía la boca como un cerdo ,proponiéndome pasiones lujuriosas ;en un principio solo me producía un fresquito, pensar que el distinguidísimo no era tan santo como lo llamaban. Así terminé enredada entre sus brazos con el pretexto de demostrar que nadie es tan santo y tan casto. Entre miradas coquetas, roces de mano y cogidas de rodilla , terminamos enrollados entre sabanas sin que nadie lo sospechara siquiera. Así estuvimos largos meses, la fachada de su matrimonio ideal continuaba y mi actitud de hija complaciente permanecía intachable.
Hoy mientras le echamos tierra a la muerta recordamos su rostro demacrado , sus ojos medio tristes que se le desfiguraron , mientras su cuerpo caía de espanto ante nuestros pies.
Hacía algún tiempo la pobre mujer sufría de una neumonía crónica, mis padres me habían enviado a su casa para que atendiera al señor Santos en todo lo concerniente a los oficios que realizaba la esposa, arreglar la ropa, preparar el desayuno, alistarle los baños de agua caliente, según mis padres para que al pobre hombre que era castigado por Dios injustamente, no se le diera tan duro la enfermedad de su mujer.
La mujer recaía cada día ,la curandera le había procurado todo lo que le recomendaban, agua de hierbas para tomar, baños de matarratón y sábila , aceite de tiburón, de bacalao, pero todo era en vano, ya ni siquiera su esposo iba al cuarto alejado donde la tenìan. Èl y yo vivíamos en otro mundo, en ese donde solo existia el deseo y donde el recuerdo de su mujer se me borraba , mientras se me impregnaba en la piel la vida loca de ese hombre que me hacía el amor.
Yo creo que esa mujer no tenía descanso ,de vez en cuando la escuchaba llamarlo , diciéndole que lo amaba , que ella tenía la culpa de que el se hubiera alejado , que por esa maldita enfermedad lo estaba perdiendo , pero que volvería sana para que se amaran como antes.
Ya habían pasado tres o cuatro meses de mentira y traición, hoy me atraviesa un hilo de cargo de conciencia , algo que no había sentido jamás ; recuerdo sus sollozos , sus quejidos de dolor y de soledad , sus fuertes toces sangrientas , y de lo que aun la mantenía viva, la esperanza de su esposo, que según ella la seguía amando.
Una noche mientras remecíamos nuestros cuerpos en lujuria y respiración acelerada, la mujer de Santos apareció frente a nosotros sollozante y adormecida, solo alcanzó a pegar un grito para luego caer tendida de espanto en el suelo.
Lo miro a los ojos luego de enterrar a la muerta y le doy un ademán de adiós, tal vez nos volvamos a ver, tal vez no. Èl se va en silencio y yo contemplo con cierto recelo la tumba de la esposa de Santos.
Así transcurrieron días , días en que sentados en la sala , el señor Santos hablaba con mi padre de cosechas pasadas y próximas ,me guiñaba el ojo mientras movía la boca como un cerdo ,proponiéndome pasiones lujuriosas ;en un principio solo me producía un fresquito, pensar que el distinguidísimo no era tan santo como lo llamaban. Así terminé enredada entre sus brazos con el pretexto de demostrar que nadie es tan santo y tan casto. Entre miradas coquetas, roces de mano y cogidas de rodilla , terminamos enrollados entre sabanas sin que nadie lo sospechara siquiera. Así estuvimos largos meses, la fachada de su matrimonio ideal continuaba y mi actitud de hija complaciente permanecía intachable.
Hoy mientras le echamos tierra a la muerta recordamos su rostro demacrado , sus ojos medio tristes que se le desfiguraron , mientras su cuerpo caía de espanto ante nuestros pies.
Hacía algún tiempo la pobre mujer sufría de una neumonía crónica, mis padres me habían enviado a su casa para que atendiera al señor Santos en todo lo concerniente a los oficios que realizaba la esposa, arreglar la ropa, preparar el desayuno, alistarle los baños de agua caliente, según mis padres para que al pobre hombre que era castigado por Dios injustamente, no se le diera tan duro la enfermedad de su mujer.
La mujer recaía cada día ,la curandera le había procurado todo lo que le recomendaban, agua de hierbas para tomar, baños de matarratón y sábila , aceite de tiburón, de bacalao, pero todo era en vano, ya ni siquiera su esposo iba al cuarto alejado donde la tenìan. Èl y yo vivíamos en otro mundo, en ese donde solo existia el deseo y donde el recuerdo de su mujer se me borraba , mientras se me impregnaba en la piel la vida loca de ese hombre que me hacía el amor.
Yo creo que esa mujer no tenía descanso ,de vez en cuando la escuchaba llamarlo , diciéndole que lo amaba , que ella tenía la culpa de que el se hubiera alejado , que por esa maldita enfermedad lo estaba perdiendo , pero que volvería sana para que se amaran como antes.
Ya habían pasado tres o cuatro meses de mentira y traición, hoy me atraviesa un hilo de cargo de conciencia , algo que no había sentido jamás ; recuerdo sus sollozos , sus quejidos de dolor y de soledad , sus fuertes toces sangrientas , y de lo que aun la mantenía viva, la esperanza de su esposo, que según ella la seguía amando.
Una noche mientras remecíamos nuestros cuerpos en lujuria y respiración acelerada, la mujer de Santos apareció frente a nosotros sollozante y adormecida, solo alcanzó a pegar un grito para luego caer tendida de espanto en el suelo.
Lo miro a los ojos luego de enterrar a la muerta y le doy un ademán de adiós, tal vez nos volvamos a ver, tal vez no. Èl se va en silencio y yo contemplo con cierto recelo la tumba de la esposa de Santos.
Por: Pincela
0 comentarios:
Publicar un comentario