12 de mayo de 2009

Fedrico Bal



Para mí La Cueva y el Tintero.

Como una rosa de los vientos, La cueva y el tintero se aparece en los puntos cardinales de mi página. Al norte está la cruz desafiante de Jeanne, quien con su clima de vientos críticos y velas aplastadas, acomete cada línea; también hay alguien detrás de sus arremetidas cerebrales, alguien como un cocodrilo de historias que llena las mesas de frescas sonrisas y añade más dientes y rigurosidad a las críticas. Griselda y Pincela se apoyan en el occidente horizontal y tejen un nido de golondrinas que dispersan el polvo de mis palabras hasta que salen a la vista los fierros oxidados del texto. Cenizo enciende el sol oriental y alienta mis fuerzas consteladas con el dragón naciente que me regala en sus concejos. De pronto, en las bodegas que se siembran en el sur de la página, alguien juega con un yoyo y silba un amorío solitario: lobo sigiloso y doloroso que destruyes la tranquilidad del pianista que hay en mí; lobo que no muerdes con la histeria de las palabras pero que auxilias mi compás con tus melodías calladas.

El anaquel es aquella pensión donde se refugian los escritores y se arrinconan las frustraciones de no saber tocar guitarra. Es un lucero de resignación colgado en la literatura, después de tanto pelear entre nosotros.

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