15 de mayo de 2009

Para una lectura del retorno en el caso Benedetti


Unas veces me siento como un acantilado
Y en otras como un cielo azul pero lejano
Mario Benedetti, Estados de ánimo
Mario Benedetti es el ruiseñor del asfalto.
La primera vez que lo leí (o más bien lo oí) fue en un Montebello que glisaba por la carretera Panorama. El amor, las mujeres y la vida, se llamaba la compilación que el poeta rescató de sus inventarios para reñir con Schopenhauer y que me bebí como una larga bocanada de agua fresca. En ese entonces (a mis quince, cuando yacía tendido en el velo morado de la luna) era poesía para regalar. Era un libro de moños que se le ofrecía a la novia, a una mujer desnuda, a la viuda exiliada, a una secretaria, a una anciana abordada por los fantasmas de un tren. Ahora lo entiendo igual, con la diferencia de cinco años de juicio que me convirtieron en la novia, la mujer desnuda, la viuda, la secre, la anciana. La poesía se te devuelve. Es más recíproca que la ley judicial o que la justicia divina. Con Benedetti, que es un poeta de sílabas, de cenizas al desayuno y ventanas en asecho; comprendí el efecto individual y universal que ejerce la poesía en el destino del hombre, cuando con sus manos alargadas hurga en nuestra condición de seres íntimos y pronuncia aquello que hemos esperado nos sea dicho. Nos gusta regalarla, dedicarla en canciones, hacerla fluir en la carne y en el aire, aprendérnosla para tener problemas o para seducir en un salón de celebración. Pero se devuelve. Es el pecado ideal que después se nos cobra y nos deja más desahuciados, entre la lucidez y la melancolía. La poesía de Benedetti, no es que te haga feliz, más bien te habla de tus esperanzas inmediatas, te enseña la frontera en que se mueven alrededor de la vida y como por arte de magnetismo, el amor, la amistad, la partida, el retorno, la muerte, la historia. Y todo esto para que cuando vuelvas al poema y estés del otro lado, puedas habitar el mundo poéticamente: como aquellos hombres que abarcan todos los elementos y los estados sin pedir para sí mismos el milagro de la salvación, sencillamente porque les basta con estar del lado de la vida.

"No escribo para el lector que vendrá, sino para el que está aquí, poco menos que leyendo el texto sobre mi hombro". Quizás en esta frase del mismo poeta encontremos una cifra que nos permita calcular cuánto se ha acercado su poesía a nuestra forma de pesar la cotidianidad. En mi caso, el ruiseñor del asfalto ha ganado la frontera al filósofo teutónico que puso al amor y a las mujeres a un paso de la muerte. Yo doy el paso y me quedo con la vida.

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