
En la estrechez de un cubierto y oscuro camino, donde la soledad infinita es la antorcha, nos encontramos en el jugo de las tinieblas que si lo pensamos bien, puede llegar a ser placentero. A tres pasos, se palpa con el pie un pequeño y añejo tintero. Su tinta es inagotable si se lo desea, depende del pensamiento y de los mundos que pueden nacer en la mitad de la nada, en el claro silencio de la mente. La pluma o el dedo embadurnado le da la vida a las criaturas del consiente y el inconsciente. La luz no se necesita, si esta es brindada por la oculta imaginación. Se es libre por un rato. Libres las letras y los mundos que nacen en ese oscuro hoyo. Libres nosotros.
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